El 15 de marzo del año 44 a.C. Cayo Julio César, dictador de Roma y pontífice máximo, fue asesinado en la Curia del teatro de Pompeyo donde se reunía el Senado de Roma.
¿Por qué fue asesinado César? Los conspiradores alegaron que César era un tirano y Shakespeare, que de Historia no sabía nada les creyó, inmortalizándoles como héroes y tiranicidas. Pero la realidad histórica es otra muy distinta.
Los líderes de la conjura contra César fueron tres: Bruto, Casio y Casca y según ellos decían "su espíritu era el de Catón", el espíritu de aquel loco seguía vivo para envenenar a estos criminales.
Bruto era hijo de Servilia, la más famosa amante de César y por lo tanto sobrino de ese funesto y ridículo personaje llamado Catón. Los romanos murmuraban diciendo que Bruto era hijo de César. No lo era, pero lo cierto es que César le amaba como a un hijo. Aunque él vivió toda su vida atormentado y humillado por las murmuraciones sobre su paternidad. Bruto era nieto del infame Servilio Cepión, el general romano que encontró el famoso Tesoro de Tolosa en el sur de las Galias. Un tesoro que doblaba al estatal de Roma. Cepión lo envió a Roma custodiado por una cohorte de legionarios, pero en el camino, la cohorte entera fue pasada a cuchillo y el tesoro desapareció para ir a parar a manos de sociedades fenicias en todas las cuales Cepión tenía ¡casualmente! acciones. Roma se encolerizó y exigió que Cepión fuera arrojado desde la roca Tarpeya, pero el Senado, dominado por los amigos de Cepión condenó a éste al exilio, donde pudo disfrutar tranquilamente de tan inmensa fortuna. Por lo tanto, Bruto era un hombre inmensamente rico y se dedicó a prestar dinero a ciudades arruinándolas con exorbitados intereses. César le amó como a un hijo. Tras la batalla de Farsalia recorrió el campo buscándolo desesperado ante la idea de encontrarlo muerto. Le encontró temblando de miedo debajo de un escudo y le envió a Roma con su madre y ocupándose de que siguiera una carrera política notable... Y él se lo agradeció asesinándole.
Casio estuvo con César en la Guerra Civil, sin embargo, la cosa no salió como él esperaba. No hubo saqueos ni botines que repartir. Ni siquiera puestos en el Estado, ya que César no hizo limpieza de enemigos, por lo que resentido pensó que si mataban a César conseguiría el ansiado botín.
Casca siempre estuvo contra César. César le perdonó la vida dos veces durante la Guerra Civil, pero él no se la quiso perdonar a César. Era un tipo con aires de matón de taberna que tenía más de gangster que de senador de Roma.
Todos ellos fueron vencidos en la batalla de Filipos por Marco Antonio y Octavio y murieron de la misma manera que habían vivido: con cobardía y vileza.
Todos ellos, esta banda de gángsters, de resentidos, de locos, decían actuar "en nombre de las libertades". ¿De qué libertades? ¿Qué libertades eran esas que estos gángsters decían defender? Las suyas, que no las de los demás. Las "libertades" que les habían proporcionado gigantescas fortunas esquilmando las provincias. Cuando César promulgó una ley para cortar la corrupción ellos se alzaron "ofendidos". César era su mayor enemigo porque quería acabar con su negocio de villanos. Para César los habitantes de las provincias eran iguales, y no esclavos. César se enfrentó a la oligarquía romana, una oligarquía corrompida hasta el tuétano que sólo sabía hacer una cosa: robar. Roma nunca había sido una democracia como entendemos hoy las democracias, pero sí es cierto que había un sistema en el que las castas dirigentes gobernaban con una fachada de democracia, una fachada que funcionó hasta que tras las guerras púnicas y las conquistas las riquezas inundaron de riquezas Roma y desataron la codicia de los hasta entonces austeros patricios que se lanzaron a gobernar las provincias esquilmándolas, exprimiéndolas hasta llevarse su sangre. Hombres como los Gracos, Mario y César lucharon contra estos depredadores y sus sagradas "libertades" basadas en la explotación de los más pobres, los más indefensos, precisamente aquellos que apoyaron a César abriéndole sus ciudades y recibiéndole con flores. César no fue ningún santo, pero los que tenía enfrente eran auténticos canallas de la peor ralea imaginable.
Es muy triste que el único error que César cometiera en toda su vida fuera no coger a todos estos sinvergüenzas, meterlos a todos en un barco y mandarlos a Sudáfrica. César no tomó represalias contra sus enemigos, no hubo ejecuciones, ni confiscaciones de bienes, ni prisión para sus enemigos. César fue clemente y ni siquiera les expulsó de sus cargos públicos.
Un error, porque no se le puede dar la espalda a las hienas.
Mientras César tuvo a su lado a su guardia española nadie se atrevió a pensar en atacarle. Los españoles se hallaban vinculados a él mediante la Fides, un pacto de honor que vinculaba las vidas de los pactantes. Sin embargo, César pensó que no podía pasearse por Roma rodeado de guardias y disolvió su escolta. Era el momento de matarlo. El 15 de marzo del año 44 aC, se convocó una reunión del Senado en la que se discutirían cuestiones sobre la campaña contra los partos que César estaba a punto de emprender apenas días después.
Conjurados contra César todos los canallas antes mencionados y otros muchos más, decidieron asesinarle ese 15 de marzo durante la reunión del Senado. Sería fácil, ya que César no tenía una guardia que le protegiera y era la última oportunidad antes de que saliera de Italia a encontrarse con las nuevas legiones que ya aguardaban en Oriente.
Los canallas, además de canallas eran unos bocazas, por lo que muchos senadores supieron de la conjura. La noche del 14 al 15 de marzo Calpurnia, la esposa de César, tuvo malos presagios y al amanecer rogó a su marido que no fuera al Senado. Tanto insistió que César estuvo a punto de hacerla caso, pero uno de los conjurados llegó y le convenció para que no diera crédito a las "supersticiones de mujer". César salió hacia la Curia de Pompeyo, lugar donde se reunía el Senado.
Al llegar a la plaza de la Curia César vió a un adivino que días antes le había profetizado "César, guárdate de los idus de marzo". César, siempre guasón, se acercó a él y de dijo "Ya han llegado los idus". "Si, César -respondió el adivino-. Pero aún no han terminado..." Un hombre se acercó y le entregó un pergamino. "¡Léelo, César -le gritó-. Léelo antes de entrar en la Curia". Era una lista detallada de todos los conjurados, pero César no tuvo tiempo de leerlo y entró en la Curia con el rollo en la mano. En ese momento, uno de los conjurados se llevó fuera a Marco Antonio con el pretexto de contarle algo importante. Así quitaban de enmedio al único que hubiera podido defenderle.
Otro de los conjurados se arrojó a los pies de César suplicando que perdonara a su hermano desterrado.
- Tu hermano ha sido hallado culpable y ha sido desterrado por sus delitos -contestó César.
El conjurado agarró la toga trabea de César asiéndola con firmeza para impedirle moverse.
- ¿Qué haces? -replicó César- ¡Estás utilizando la violencia!
En ese momento otro de los conjurados se acercó por detrás a César y le clavó su puñal en la espalda. César se volvió y se defendió clavándole el stilo que llevaba para escribir en el brazo al traidor, pero cayeron sobre él los demás conjurados apuñalándole. César aún tuvo fuerzas para empujarlos, pero los carniceros se lanzaron sobre él apuñalándolo con saña. Entonces, cubierto de heridas, desangrándose, Cayo Julio César se irguió con dignidad, se colocó la túnica para que al caer cubriera sus piernas y, siguiendo una milenaria costumbre, se cubrió la cabeza con la toga para no tener que ver el rostro de sus asesinos que volvieron a lanzarse sobre él apuñalándole hasta que cayó muerto a los pies de la estatua de Pompeyo Magno que presidía la Curia del teatro de Pompeyo.
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